
Hay cosas, o en este caso momentos, que son la antesala de otras situaciones -aunque en el fondo no tengan nada que ver-. La antesala a la mazmorra a la que fuimos hace dos semanas, y que yo no me quito de la cabeza, es en parte mi casa, y en parte el cuarto oscuro de Trama, con su cruz de San Andrés. Ahora lo veo como un aprendizaje -con Eduardo cada día hay algo nuevo-, y por qué no, como un ensayo. Un ensayo de una obra de teatro que llevas a cabo por partes: primero este acto. Luego este otro. Para finalmente llevar a cabo la obra al completo en el teatro. Con su atrezzo, su decorado…
El primer día de ensayo, y claro está de aprendizaje, fue pocos días después de mi cumpleaños. Yo esperaba a Eduardo en casa para cenar. Vino tan elegante y divino como siempre, y con una sorpresa: un paquete con dos regalos, uno de ellos era “algo más” que un consolador (pero eso ya os lo contaré en otra ocasión), y el otro era una cajita con unas pinzas para los pezones (bueno, y para algo más que los pezones, pero eso yo no lo sabía). De verdad, qué regalazo (las dos cosas), no sólo por el regalo en sí, sino porque alguien ha escuchado tus fantasías y quiere ayudarte a hacerlas realidad, y con él como protagonista.
No os voy a negar que estaba fascinada con todo ello, nerviosa, y deseando probarlo. Fue fascinante sentirlo, sufrirlo, gozarlo.
El segundo día de ensayo fue el día que me ató las manos. Otro acto nuevo en la función. Ni que decir tiene que fue la primera vez que me dejaba atar. No me imaginéis atada a la cama o de otra manera. Simplemente las manos atadas con un pañuelo largo. Forma parte de una tarde que trajo muchas más cosas nuevas para mí, pero que darán vida a otro relato…
Tal vez mañana cuando Eduardo venga a casa, le pediré hacer algo nuevo, o incluir algo nuevo en el juego, algo que seguro parecerá insignificante, pero que más adelante incluiremos en la función como parte del atrezzo, y seguro que será lo máximo, pues no tengo ninguna duda de que mejorará la experiencia. Me refiero a usar un antifaz, a vendarme los ojos.
Pienso en esta idea por algo que sucedió, y que aún no os he contado. Habíamos quedado un jueves para ir a una fiesta de esas VIP con lista de invitados que celebran algo por todo lo alto, pero la noche era lluviosa y los invitados se agolpaban a la puerta para entrar. Decidimos no esperar y fuimos a tomar algo, y después, como nos lo queríamos dar todo y más, nos fuimos a Trama VIP, que además, hacía mucho que no íbamos.
El ambiente estaba tranquilo. Creo que llegamos en ese periodo de transición que el local ha estado super animado y se está “renovando” el ambiente. Sabíamos que había una pareja en el cuarto oscuro, pues su copas les esperaban en la barra, y alguna pareja arriba, en la zona de camas.
Nosotros nos quedamos en la barra, tomando una copa y entrando en calor, porque aunque la lluvia nos había respetado, la noche estaba fresquita, sobre todo para ir en moto. Nada para entrar en calor, además de la copita, que estar bien pegadito y besarse. Estábamos a lo nuestro cuando la parejita del cuarto oscuro salió. Nos saludamos. ¡Parecían majos! – Luego demostraron serlo… 😉 –
-¿Qué quieres hacer? Me preguntó Eduardo. ¿Quieres que vayamos al cuarto oscuro? Ante esa pregunta, a mi no me hace falta responder, porque se me pone sonrisa de traviesa y los ojos brillantes como a Candy Candy…
-Vamos, me dijo. Cogiéndome de la mano -que me encanta, porque me gustan muchísimo sus manos- Entramos y allí estábamos solos, y mi cruz favorita esperándonos, la de San Andrés, decorado y atrezzo a la vez de ese mi ensayo teatral.
Dejamos las copas en algún oscuro lugar del oscuro cuarto y comenzamos a besarnos. A partir de ahí, a mi me gusta dejarme hacer por él, que me guie los movimientos para colocarme en la cruz, para que me ate. A pesar de que no se ve mucho (cuando llevas un ratito, algo ves…) a mi me gusta mantener los ojos cerrados. El estar de espaldas a él, atada a la cruz de pies y manos, y la poca visibilidad, aumenta las sensaciones.
Primero me azota por encima de la ropa, se aprieta contra mí y, mientras me soba las tetas por debajo de la camiseta, noto que su polla está dura; Quiero tocársela, pero no puedo. Estoy atada. Me quita el sujetador. Juega con mis pezones, me besa, me susurra al oído… yo me voy encendiendo cada vez más y más… Me baja los pantalones. Los azotes ya son contra mi piel. Me gustan. Cada vez me gustan más. Él lo sabe.
-Ha entrado una pareja. Me susurra al oído. A mi me excita pensar que nos están viendo. Que les gusta verme atada, azotada por mi chico. Seguro que se están excitando mientras nos ven. Se están tocando mientras nos miran. No puedo verlo, lógicamente, pero me gusta pensarlo. Me excita pensarlo.
-Acercaros. Les dice Eduardo. -Podéis tocarla. Le gusta. Escuchaba y sentía todo con los ojos cerrados. Sentía una mano acariciando mi brazo. De primeras no tenía muy claro que se fueran a animar a formar parte del juego.
Eduardo me desató los pies para poder quitarme los pantalones. Luego me liberó las manos pero para cambiar mi posición. Me volvió a atar de pies y manos pero esta vez frente a ellos, mi espalda descansaba en la cruz. Eduardo me dejó con el minivestido lencero, el tanga y los tacones. Estaba atada para él, y para quien quisiera jugar conmigo, en esta ocasión, esa pareja: Raúl y Cristina.
Expuesta para ellos, Eduardo me besó y comenzó a masturbarme. Cerré los ojos para dejarme llevar, y sentí otros dedos, además de los de Eduardo en mi coño; Raúl se había lanzado por fin y disfrutaba de mi humedad. Al estar atada a la cruz, las piernas están muy abiertas, lo cual facilita mucho el juego. Durante un ratito, mi coño fue el objetivo de los tres.
Quería abrir los ojos para ver qué pasaba, pero es como si algo me lo impidiera. Prefería no saber, no ver, que las sensaciones me sorprendieran. Raúl comenzó a besarme. Se que era él, no solo porque conozco los besos de Eduardo, sino porque este chico tenía bigote, y eso, se nota. Mientras me besaba, sentía como me subían el vestidito, mis tetas quedaban al descubierto y habían pasado a formar parte del juego. Sentía las caricias de la chica, los pellizcos en los pezones de Eduardo, sus mordiscos. Raúl también las acarició, las comió.
Por un momento sentí como si todos quisieran probarme; de la boca de Eduardo pasaba a la de Raúl, y al revés; mis pezones erectos eran lamidos, mordidos. Dedos follando mi vagina, masajeando mi clítoris. De repente, unos labios suaves, Cristina me besaba. Me gustaba. Sus caricias sutiles, sus suaves besos, contrastaban con los dedos y las caricias de los hombres.
Estaba claro que yo estaba inundada de placer. Borracha de placer. De querer más.
Abrí los ojos. Quería ver lo que pasaba. Quería ver sus caras de placer mientras me tocaban, mientras se tocaban. Quería correrme viendo lo que sucedía.
Cristina y Eduardo empezaron a besarse, a tocarse. Me excitaba muchísimo. Raúl me masturbaba. Mis gemidos eran cada vez más fuertes. Cómo aumenta el placer no solo por lo que te hacen, sino por lo que ves. Quería retorcerme de placer pero las ataduras me lo impedían. Veía a Eduardo tocar a Cristina mientras Raúl frotaba y frotaba mi coño, me invadía la vagina con los dedos; yo no podía por más que gritar de placer. Sentía como llegaba el orgasmo, como me corría… Parecía que me iba a caer, pero era imposible.
-Ya. Dije. Eduardo se acercó a mí y me besó suave, delicadamente. Me desató. Nos besamos.
Los cuatro salimos a terminar nuestras copas. Luego, continuamos la noche juntos. Subimos a la planta de arriba y elegimos la habitación más grande.
Nos encerramos allí. No queríamos que participara nadie más, pero sí dejamos los estores subidos por si alguien quería mirar.
Cristina llevaba un body de encaje negro y ligueros. Estaba muy guapa, la verdad. Eduardo me quitó el minivestido y el tanga, y mientras los chicos se desnudaban, Cristina y yo empezamos a besarnos y a tocarnos, nuestros pechos se rozaban. Me gustó acariciarlos, lamer sus pezones.
Raul y Eduardo se acercaron a nosotras. Raúl comenzó a besarme y a acariciarme, y Eduardo hizo lo mismo con Cristina.
Me puse en cuclillas sobre los tacones y comencé a comerle la polla a Raúl. Cristina hizo lo mismo con Eduardo, y como los cuatro estábamos muy juntos, nos vino genial para tocarnos y alternarnos. Cristina y yo cambiábamos de polla, o compartíamos la misma polla. Nuestras lenguas se rozaban al comerle la polla a Raúl, o a Eduardo. Fue un momento de lo más excitante.
Los chicos nos ayudaron a levantarnos y nos tumbaron en la cama. Tumbadas boca arriba, ellos a los pie de la cama, se sumergieron entre nuestras piernas. Sentí la lengua de Raúl deslizarse por mi coño, lamerlo, comerlo. Eduardo se lo comía a Cristina. Estábamos tan juntas que nos rozábamos. Me gustaba ver a Eduardo hacer gozar a esa chica. Estaba tan excitada que me corrí enseguida. Vi que Cristina no se había corrido aún y les quise ayudar. Mientras Eduardo se lo comía, me coloqué junto a ella para centrarme en sus tetas. Me coloqué de tal manera que brindaba mi culo a Raúl por si quería acariciarlo, meterme mano. La besé en los labios y bajé a su pecho. Con una mano le acariciaba un pecho, y con la boca lamía el otro, su pezón, le di mordiscos. Cada vez respiraba más deprisa, sus gemidos iban en aumento, ya casi grititos, eso me animaba a lamerla más, o morderla más; Imagino que lo mismo le pasaría a Eduardo y se lo comería intensamente. Ya sentí que empezaba a moverse de placer y sentí como se corría.
Eduardo sacó la boca del coño de Cristina y se tumbó en la cama. Tanto él como Raúl, tenían la polla a punto de reventar. Cristina se sentó a horcajadas sobre Eduardo y empezó a follárselo. Raúl aprovechó mi postura y empezó a follarme a cuatro patas. Veía a Cristina cabalgar sobre mi chico y a mí misma reflejada en el espejo; Podía ver como Raúl, que es mucho más grande que yo, me embestía con fuerza y me gustaba.
La noche acabó con ese polvo, una copa post folleteo y charleta.
Una preciosa noche con una preciosa pareja.