El de… Eduardo y yo en Fusion y el sillón Tantra (I)

Sábado noche en Madrid. Verano. Tocaba celebrar mi cumpleaños. Eduardo y yo nos fuimos a cenar por el Centro y a tomar un copa a uno de esos maravillosos bares de Madrid, escondidos por las callejuelas del centro, que en su día fueron una taberna y ahora, sin perder ese encanto de azulejo, madera y estaño, el vermut de grifo convive con los Cosmopolitan, los gin tonics y por supuesto, las cervecitas bien frías. En definitiva, esos maravillosos locales que solo pueden existir en Madrid.

Tras un par de cocteles, yo, y copas él… (no sé qué problemas tenéis los tíos con los cocteles…) era hora de cambiar de sitio. Era mi cumple. Yo elegía. Quería sillón tantra. ¿Dónde? A Fusión VIP.

Tal vez serían las 2h cuando llegamos. Estaba de lo más animado, y más que se animó, como siempre. Al llegar, bajamos a la taquilla, cogimos nuestra toalla y dejamos algunas cosas, pero no todo, porque llámalo postureo, o como quieras, pero a Fusión se va a lucirse, a lucir tu mejor lencería, tu mejor tacón, y a follar, por supuesto… pero a lucirse. Es que lo da el sitio.

Rescaté para la ocasión un vestido de esos que tienen aspecto de kimono, de estilo tropical chic, y unos zapatos altísimos. Lencería negra de raso. Eduardo me desabrochó el kimono y me ató los lazos atrás, para que se quedara abierto del todo por delante y poder lucir lencería, y con ello excitarnos, y excitar, que es de lo que se trata. Comenzaba el sex-postureo por Fusión.

Pedimos una copa y nos fuimos a dar una vueltecita por las diferentes habitaciones o cuartos oscuros -que aún no me queda claro si hay más de uno, o es que yo veo menos que Pepe Leches y todos me parecen oscuros-. En uno de esos cuartos, en la planta de arriba, cerca de la zona de baile, y que como digo si no era oscuro era semi oscuro, estaba la bendita cruz de san Andrés, a la que yo, desde que conocí a Eduardo, la he cogido “cierto cariño”.  Ni que decir tiene, que me coloqué en la cruz para recibir unos cuantos azotes por parte de Eduardo, y a recibir caricias de todo aquel, o aquella, que se animara, porque yo la noche la tenía juguetona y sucia, muy sucia, y me apetecía poner mi cuerpo a disposición del que, o de los que, quisieran jugar.

Es de las cosas que más me excitan. Estar en la cruz, de espaldas a Eduardo, sin apenas ver, sintiendo su aliento, desconociendo el tiempo que pasará entre un azote y otro. Sin saber si entre medias meterá sus dedos en mi coño, lo pellizcara, lo azotará. Uhmm dulce dolor. Algunas parejas entraban y se quedaban mirando, pero no se animaban. Eduardo me ofrecía, pero nada, que no se animaban. No pasa nada. Hay veces que cuesta participar en un juego, o no te gusta el juego, o simplemente te gusta mirar.

Dejamos la cruz de San Andrés y nos fuimos a la zona de la piscina. Había verdaderas orgías; Nos fuimos a una de esas grandes camas blancas, tipo chill out, que rodean la piscina. Me quito el kimono y me quedo con la lencería de raso y los tacones. Había una pareja pero ya ponía fin a su pasión y nos dejaba solos. Yo iba un poco con la sensación de ¿“llegamos tarde a todos los sitios”? pero como digo, no pasa nada; Además, a mí por lo general me gusta tener mi ratito a solas con Eduardo para poder disfrutar de ciertas cosas que solo me hace él, solo sabe hacérmelas él, y solo dejo que me las haga él.

– ¿Qué quiere hoy mi perrita?

– Que me castigues el coño. Le digo, mientras frente a él me bajo el brevísimo tanga negro de raso que llevaba y me dispongo a ofrecerle mi coño para que lo castigue.

Zas! Un manotazo. – ¿Esto es lo que quieres, mi putita?

-Sí. Eso es lo que quiere tu putita. Zas! Zas! Zas! Me excito solo de recordar el sonido del azote de su mano en mi coño. Zas! Y pasa su mano por mi coño. Me pellizca los labios. Vuelve a pegarme. Zas! Zas! Zas! Me frota. Me pellizca los labios. Empieza a frotarme con los dedos. Me pellizca. Me mete por fin los dedos. Los saca. Me frota. Sube al clítoris. Me lo tortura. Otra vez Zas! Otro azote en todo el coño. Poco a poco los ojos se me inyectan de lágrimas de placentero dolor. Mi respiración cada vez es más fuerte. Me llevo las manos al pecho. Necesito agarrar algo y abriéndome paso entre el sujetador de raso, empiezo a masajeármelos. Tengo los pezones durísimos. Estoy tan excitada que me cuesta hasta tragar.

Cuando considera que ya me ha castigado bastante, yo nunca le digo que pare, acaricia mi castigado coño con la lengua. Todo vuelve a parecer sutil, dulce, ese maravilloso placer que te proporciona el sexo oral. Pocas cosas hay mejor que una buena lengua lamiéndote; Ahí estamos, en esa gran cama blanca con vistas a la piscina, rodeados de orgías, de gente mirándonos mientras se masturban. Eduardo sigue lamiéndome el coño, succionando. Estoy teniendo un orgasmo pero quiero más, y empiezo a moverme, como queriendo guiar a Eduardo, quien sigue al ritmo de mis movimientos y continúa chupando y lamiendo sin perder rumbo. No quiero que se deje nada sin lamer, sin succionar, quiero que se ahogue en mi coño, y cuando ya casi no puedo más, aparta su boca y se incorpora. Siento dos fuertes azotes y sus dedos entrando a traición en ni vagina; No sé cuántos me ha metido. Me está follando el coño con los dedos sin piedad a la vez que me ordena correrme. – A ver como se corre otra vez mi puta. ¡Vamos!, y es tal la sensación de sus dedos entrando y saliendo, que en pocos segundos estoy chillando de placer y expulsando una gran cantidad de líquido que empapa su mano.

-Muy bien mi niña, me dice, y me besa. Sabe a mí. Me gusta ese sabor. Me gusta besarle.

Nos recolocamos en la cama. Me llevo su polla a la boca. Me encanta comerme su polla. Lamerla. Al principio le como la polla, pero luego es él quien me folla la boca. Que no es lo mismo. Me encanta que haga que me la coma entera, atragantarme con ella, sentir como está a punto de reventar y como revienta en mi boca.

La pareja que estaba mirando mientras se tocaba ya han dado un paso más y la chica le está comiendo la polla. Hubiera estado bien que se hubieran unido, pero nosotros nos hemos terminado “por ahora” y me pongo el tanga. Cogemos el kimono y las toallas y hacemos una visita rápida al baño para atusarnos.

Nos vamos a la barra que está más cerca de la zona chill, más tranquila, y nos tomamos una copa tranquilamente, entre besos y charleta. Hay que coger fuerzas. El sillón tantra nos espera, y sabe Dios que más…

¡Qué noche!

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