El de la (sado) mazmorra

No sé ni por dónde empezar.

Hace unos días Eduardo y yo fuimos a una mazmorra. Una mazmorra BDSM, digo. Lo de la cruz de San Andrés en un club swinger se queda en agua de borrajas. Perdonadme los que leáis esto y seáis asiduos de las mazmorras y de las prácticas bdsm, si mi alucine y entusiasmo os parece “pueril”, pero para mí todo esto es nuevo, y por lo tanto, alucinante.  No dejo de pensar en ello, de sonreír cuando lo recuerdo, y de reírme un poco de mí misma, porque si me hubieran grabado, mi cara sería la misma que la de Paco Martínez Soria cuando llegó a la gran ciudad, con su boina bien puesta y sus cosicas; Plantada en medio de la mazmorra sin saber para donde mirar, intentando reconocer los “objetos” que allí había.

sigue leyendo

El de… azotes y castigo (I)

Decidí no dejar nada en manos del azar y escribí a Eduardo para vernos ese jueves en TRAMA VIP.

Confirmada la cita, me encantó preparar el encuentro. Ya sabéis que me gusta mucho eso de pensar qué ponerme. Mientras elegía la lencería pensaba que tal vez estuviera bien elegir un conjunto que estuviera humildemente inspirado en la estética sado (no tengo nada que realmente vaya en esa línea), esa lencería de triángulos que simplemente están para marcar el contorno de tus pechos y de cintas que dejan entrever y parecen ser el preludio de las cintas de atar, pero mientras descartaba modelitos y dejaba la habitación como el women secret el primer día de rebajas, pensé que sería mejor elegir otra cosa y dejarlo para cuando la ocasión realmente lo mereciera (por así decirlo), que ahora sé que la habrá. Eso sí: ese día ni inspiraciones ni nada. Tendré que ir a comprarme un sado modelito.

sigue leyendo

El de mi fantasía erótica con Carlos en la Cruz de San Andrés

La noche que pasé con Carlos en Trama VIP me dejó mala de deseo los días siguientes. Pero mala, mala. Tanto, que en cuanto tenía un momento de tranquilidad en casa me encantaba recordarlo y sentir como se mojaban mis bragas. Una de esas veces quise revivirlo acariciándome, tocándome. Sin más, sentada en el sofá, recosté mi cabeza, cerré los ojos y, sin quitarme nada, me desabroché el pantalón y metí mi mano, abriéndome paso como podía; no me lo iba a poner fácil desde el principio. Quería sentir la humedad por encima de mis bragas. Con la otra mano desabrochaba mi blusa y por debajo del sujetador pellizqué mis pezones.

sigue leyendo