El de… azotes y castigo (I)

Decidí no dejar nada en manos del azar y escribí a Eduardo para vernos ese jueves en TRAMA VIP.

Confirmada la cita, me encantó preparar el encuentro. Ya sabéis que me gusta mucho eso de pensar qué ponerme. Mientras elegía la lencería pensaba que tal vez estuviera bien elegir un conjunto que estuviera humildemente inspirado en la estética sado (no tengo nada que realmente vaya en esa línea), esa lencería de triángulos que simplemente están para marcar el contorno de tus pechos y de cintas que dejan entrever y parecen ser el preludio de las cintas de atar, pero mientras descartaba modelitos y dejaba la habitación como el women secret el primer día de rebajas, pensé que sería mejor elegir otra cosa y dejarlo para cuando la ocasión realmente lo mereciera (por así decirlo), que ahora sé que la habrá. Eso sí: ese día ni inspiraciones ni nada. Tendré que ir a comprarme un sado modelito.

Al final me fui con un veraniego vestido rosa chicle que va cayendo suavemente sobre mi cuerpo, sin ser ceñido, ensalza mi trasero y como es corto y asimétrico de adelante, y más largo atrás, al andar provoca un efecto sexy. El escote es de infarto; debajo, un sujetador y un tanga de encaje a juego con el vestido. Taconazos.

Llegué a TRAMA porqué no decirlo: nerviosa, expectante, excitada. Todo lo nuevo genera expectación, ¿no? y si tiene que ver con el sexo más… y además, excita.

Nos vimos. Dos besos. ¿Qué tomamos? Allí estuvimos una rato charlando, matarromera va, matarromera viene.

Hablando de esto y de lo otro yo le hice las preguntas pertinentes que le hago a “todo el mundo”:

-¿Tú, has probado el columpio? Diréis pues vaya preguntas. Pues sí. Qué queréis, ¡estoy obsesionada con ese cacharro! ¿Será para tanto? ¿Para menos? En fin. Pues señores… por fin esta vez la respuesta fue ¡¡¡SÍ!!! A mi ya se me dieron la vuelta los ojos… Que si cuéntame, que tal, que no se qué… Que hay que probarlo.

Luego vino el sillón tantra… más de lo mismo. (Yo si pudiera me lo compraba todo).

Qué queréis. ¡¡¡Si me falta por probar un montón de cosas!!! Yo pensé que había visto mundo y no he salido del portal de mi casa. Bueno que digo del portal. No he salido ni al descansillo…  

Luego hablamos de las fantasías. Yo no se ni como se me ocurrió decírselo, porque yo creo que esto no se lo he contado a nadie, bueno, no lo he pensado ni en voz alta, pero viendo que el chico ha ido más allá del descansillo y del portal de su casa, pensé “este no se cae del susto cuando le cuente”. Y le dije: “pues yo tengo una fantasía que hasta que no la haga realidad no me voy a quedar tranquila. Yo me tengo que poner un arnés y follarme a alguien: a una chica, o a un chico. O a los dos”. (Que también creo que tiene que ser complicadísimo, eh? Que yo creo que los tíos hacéis mucho esfuerzo ahí, “dale que te pego»…Tiene que ser super cansado). Efectivamente. No se cayó del susto. Al contrario. Estuvimos hablando de eso, me explicó los tipos de arneses que hay… Yo creo que mi cara era la del Emoji sonriente con los ojitos de corazón; Mientras le escuchaba, imaginaba sus dotes amatorias y saboreaba mi Matarromera deseando que me pusiera mirando para la Ribera Alta del Duero.

Ay! Eduardo! Me falta la boina. Le dije.

Eduardo besó a “la Paca Martínez Soria del sexo”. Ésta le devolvió el beso. Nos besamos.

Me cogió de la mano. Vamos.

Cogí el Matarromera. Ya divisaba la Ribera Alta del Duero. Ah, no! El cuarto oscuro. ¿Ahí había una cruz de San Andrés, no? Empezamos bien.

Entramos en el cuarto oscuro. No había nadie. Para nosotros solos. Dejamos las copas en algún oscuro punto de dicho cuarto. No nos despojamos de nada más. Parece ser que no era necesario.

Nos besamos. Se nos da bien. Besa muy bien.

Mientras nos besábamos me llevó hacia la cruz.

-Hoy no te voy a atar. Pero es que no te vas a mover.

Agarré las esposas o grilletes que van sujetas a la cruz.

-Separa más las piernas. Me dijo. Y eso hice.

Detrás de mí, sentía su respiración, su aliento, en mi cuello. Sus suaves besos. Yo tenía los ojos cerrados. Siempre me sale cerrar los ojos, pero ante lo nuevo más. Es mejor para sentir más las nuevas sensaciones. Sentía como llevaba sus manos bajo mi vestido. El primer contacto de sus manos en mis piernas me gustó. Sus manos no engañaban. Suaves. Acariciaba mis nalgas, bajaba a mis piernas. Yo me agarraba con fuerza, me dejaba besar me dejaba acariciar, quería pensar que sería lo próximo que iba a hacer. Sus manos subían a mi pecho, volvían a meterse bajo mis vestido. Otra vez mi culo, mis piernas, suaves caricias… por ahora mi coño no entraba en sus planes. Entre tanta suavidad, ¡ZAS! Un azote, en mi nalga izquierda. Recuerdo.

Emití un ruidito de susto y placentero a la vez, susto por lo inesperado y de lo más placentero. El picapica se perdía entre la excitación de las caricias.

Otro ¡ZAS! – así suena tu culo. Me susurró al oído.  Joder, cómo me gustó que me dijera eso.

-Si te hago daño, o te sientes incomoda con algo, dime rojo. Asentí con la cabeza y le dejé hacer. Lo estaba deseando. Toda yo quería más.

Dejó mi culo y subió a mis pechos. Los acariciaba con pasión por dentro del vestido. Me quitó el sujetador. Mis pezones estaban duros por la excitación. Comenzó a jugar con ellos. A pellizcarlos. Presionaba y pellizcaba como nunca me lo habían hecho. Me provocaba un dolor justo, le emitía pequeños grititos como para que parara de hacer eso, no quería decirle rojo, no quería que dejara de hacerlo. Me generaba un placer inexplicable.

-Tienes unos pezones resistentes. Me dijo. Y yo creo que eso es un sado-alago y me gusta…. Me gusta tener un cuerpo para el sado-pecado.

Volvió a azotarme el culo, a bajar por mis piernas. Ahora sí que llevó su mano a mi coño. Metió la mano bajo el tanga y lo acarició. Estaba empapada. Estaba claro que me gustaba todo lo que hacía. Yo seguía agarrándome con fuerza a los grilletes. Las piernas bien separadas. Tenía razón. No me iba a mover.

Me encantaba el balanceo que se originaba de lo inesperado de los azotes, de los pellizcos en los pezones, un balanceo que recuerda al balanceo de las olas, pero en tierra firme, entre sensaciones, ese extraño y contradictorio sentimiento de querer reitrarte, y que es el que te impulsa a moverte, a alejarte, y que asu vez te devuelve, te lleva a tu sitio para seguir disfrutando.

Entre sus caricias, nuevas sensaciones. Con mis ojos bien cerrados para sentirlo todo, comencé a notar, o al menos así lo sentía yo, sutiles pellizcos en mi coño, en mi clítoris. ¡Cómo me gustaba todo lo que estaba sintiendo! Pellizcos placenteros, azotes, besos, caricias… susurros… ¡cómo son los susurros! Es tan brutal cuando te susurran al odio lo húmeda que estás, lo duros que están tus pezones, el culo que tienes para ser azotado… te derrites sin más. Te agarras a los grilletes sin más. Dejas caer la cabeza para atrás pidiendo más en silencio. Pidiendo más gimiendo. Buscando su boca.

Me ayudó a darme la vuelta. Ahora estaba frente a él. Me levantó el vestido y lo sujetó con el escote, dejando mi cuerpo al descubierto. Para él.

Se colocó junto a mí. Sin yo dejarme de agarrar a los grilletes, me sujetó de la cintura y con la otra mano sin quitarme el tanga, lo usó para masturbarme. Me frotaba con fuerza. La tela del tanga parecía quemarme el coño. Mientras me lo hacía, me obligaba a mirarle y me decía:

-¿Te gusta? Yo asentía con la cabeza, mientras le miraba a los ojos, dejándome llevar por el placer. Si te gusta lo que te hago bésame fuerte. Y así se lo hice saber desde entonces. Le besaba cada vez con más pasión. El seguía perdido en mi coño, con el tanga, luego con sus dedos. Obligándome a correrme para él.

Pero también me obligaba a hablar, no me dejaba solo asentir.

-Dímelo. -Me gusta. Le decía yo entre gemidos, agarrándome con fuerza a los grilletes.

-¿Vas a ser mi perrita hoy?. -Sí. Le decía yo como podía. ¡Dímelo! Dime que vas a ser mi perrita. -Voy a ser tu perrita. Eso se lo decía con toda la fuerza que podía, entre gemidos. Para que le quedara claro.

-Vámonos arriba.

Me bajó el vestido, me ayudo a mantener el equilibrio, buscamos mi sujetador y lo que quedaba de las bebidas y nos fuimos arriba, a la zona de las camas.

Elegimos una habitación grande, con una gran cama.

Me quitó el vestido. Yo le ayudé a desnudarse.

Me puso contra la pared. Yo me coloqué tapándome los ojos con los brazos, como cuando jugabas “al escondite”.  

Me separó las piernas. Yo seguía subida a los tacones. Me bajó el tanga hasta esa altura justa que lo sujetas con la abertura de tus piernas.

-Si se te cae. Te castigo.

Yo lo flipaba. Aguantaba la postura y el tanga, mientras el me besaba, azotaba mi culo, pellizcaba mis pezones, mi coño, mi clítoris, me acariciaba, me lamía, me besaba.  

Al oído me susurraba lo zorra que era, y me recordaba que me castigaría si dejaba caer el tanga.

-Yo pensé. Pues a ver que pasa. Y moví las piernas. Sentí como el tanga caía en mis tobillos.

-¿Qué ha pasado? Me dijo.

-No sé, se ha caído.

-Lo has hecho a posta.

-Me encogí de hombros mientras le miraba a los ojos.

Me llevó a la cama. Los dos sobre la cama, de rodillas. Me cogió del cuello, me besó y me pegó: Me dio dos suaves bofetones. Nos besamos.

-Me gusta ser tu zorra. Le dije cogiéndole la polla -Y a mí que lo seas.

Se tumbó en la cama y estaba claro lo que quería. Lo que queríamos. Empecé a comerle la polla desesperadamente. Como a mi me gusta. Como si me la fueran a quitar. El me hacía saber que le gustaba, lo cual a mi me excita el doble. Los dos estábamos ya en un punto de querer más y más:

-Voy a follarte. Y ya se cuál va a ser tu castigo.

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