El de un intercambio de parejas de lo más oral en Divernis

Hoy recordaba a Adolfo y lo bien que me comía el coño.

Por si no os acordáis, Adolfo era quien me hablaba de Divernis, y con quien fui la primera vez. No recuerdo cuántas veces fuimos juntos. No muchas. Tal vez tres o cuatro. Pero siempre lo pasamos bien.

Recuerdo una tarde-noche que fuimos. La rutina siempre es la misma, porque a decir verdad, es lo que apetece: empezar por el palacio del agua. Disfrutar de la piscina de chorros, del jacuzzi… Todo empieza siempre de lo más normal. Mientras sientes como tu cuerpo agradece ese momento de relax, después de una jornada de trabajo, charlas sobre cómo ha ido el día -o lo que sea-, y poco a poco te vas entonando mientras ves como otras parejas ya están en fases más avanzadas que tú: besos, abracitos… sobeteo ligero y sin pasarse -que en el agua no se puede pasar a mayores- y miradas furtivas que se cruzan con la tuya. Tal vez nos hayamos gustado y luego se compartan juegos. La verdad que es de lo más excitante.  A veces tienes una lucha interna, si salir del agua y perseguir a la pareja que acaba de salir, deseando compartir juegos con ellos, o quedarte disfrutando un poquito más de ese relax, siempre acompañado de las caricias de tu pareja.

Después de disfrutar de los chorros y del jacuzzi, nos gusta pasar por el baño turco. La verdad es que hace un calor horrible, y se que me repito, pero… si me dicen que yo voy a aguantar ahí dentro, y en plan “movidito”, ¡ni me lo creo!

Esa noche el turco estaba de lo más concurrido. Está genial porque entre la poca luz y el vaho, es casi imposible ver “al detalle”. Es fantástico escuchar los gemidos, sobre todo de las chicas, que siempre solemos ser más escandalosas… Nos sentamos en el caliente y húmedo banco de azulejo que bordea el baño. Al principio vas de digno, como si realmente quisieras empaparte de los beneficios que ofrece el meterte ahí; Te sientas, te relajas… ¿¡a quién pretendemos engañar!?, digo yo… Cuando te quieres dar cuenta, te están acariciando.

Como decía, nos sentamos. Adolfo se sentó a mi derecha. A mi izquierda, había una pareja. Adolfo enseguida empezó a meterme mano. El chico que estaba a mi lado comenzó a acariciarme la pierna. Le miré. Estaba cachas. Tenía el pelo largo, moreno. Era guapo. Con la mirada le dije “adelante”, mientras abría un poco más mis piernas, no solo para que Adolfo pudiera tocarme mejor, sino para facilitárselo a mi nuevo compañero de juegos. En cuestión de segundos, tenía dos manos en mi coño, y una polla en cada mano. Siempre es un placer sentir, palpar, degustar una polla nueva. La de este chico, era gruesa y la tenía bien dura. Mientras sentía los dedos en mi coño, me excitaba pensar como sería comérsela.

Parece que su chica tuvo la misma idea porque se puso de rodillas. Dejé de tocarle para darle paso a ella, que empezó a lamerle la polla.

-Ayúdala. Me dijo Adolfo mientras sacaba sus dedos de mi coño. Quiero veros.

Quité la mano del otro chico de mi coño y me agaché.

-¿Puedo ayudarte? Le dije a la chica.

-Claro. Dijo, mientras me ofrecía la polla.

Se la lamimos entre las dos. Nuestras lenguas se chocaban mientras lamiamos el tronco. El tío cada vez gemía más. Era una pasada. Primero se la metía una en la boca, y luego la otra. Adolfo no dejaba de menearse la polla mientras disfrutaba de la escena.

Hacía un calor horrible.

Yo aproveché que ella se estaba metiendo la polla en la boca, bien hasta el fondo, para decirle: -Mi chico te come el coño como nadie.

Me levanté y le dije a Adolfo que se fuera con ella. Que la hiciera disfrutar como me hace disfrutar a mí. -Cómela el coño. Le dije.

La chica se colocó para Adolfo y él empezó a saborear el rasurado coño de la chica. Ya había menos gente en el turco. La sensación de calor ya no era tan grande y se estaba mejor.

Yo tenía por fin la polla de ese tío para mi sola. Mientras la oía gemir y gemir cada vez más fuerte -no era para menos, Adolfo sabe lo que hace cuando se come un coño-. Yo disfrutaba de la polla de su chico. El nivel de excitación era total.

Empecé comiéndole la polla y yo creo que al final él me estaba follando la boca. Cada vez apretaba más mi cabeza contra él. Su polla ya estaba en mi garganta. Apretaba fuerte. La metía y la sacaba. La metía y volvía a apretar con fuerza.

Su novia cada vez gritaba más. Yo, cada vez la sentía más gorda y dura. Presentía que se iba a correr y pensaba: “como se corra ahora mismo me ahogo”, pero no lo hizo en mi boca. Salió de ella y se cogió la polla para frotársela enérgicamente.

-No te muevas. ¿Puedo? -Intuí lo que quería y le dije que sí. Se corrió sobre mis tetas.  

La chica ya había dejado de gritar de placer. Miré, y vi cómo Adolfo le metía la polla en la boca.

El chico me ayudó a levantarme. -Ponte aquí. Me dijo, mientras me levantaba una pierna y me la ponía sobre el banco de azulejo. -Voy a hacer que te corras.

-Pues lo vas a tener muy fácil, porque estoy a mil.

-Ah si? Dijo, mientras me pasaba dos dedos por todo el coño. -Joder. Dijo. Se agachó, y me quitó parte de la humedad con la lengua. Uhmmmm. Delicioso.

Se levantó y me metió un dedo en la vagina. Empezó a jugar con él. Me frotaba todo y me lo volvía a meter. Yo me agarraba fuerte a él para no caerme. Metió otro dedo más. Lo mismo. Me frotaba. Subía hasta el clítoris. Jugaba con él. Bajaba. Me los metía en la vagina. Los metía, los sacaba, cada vez más fuerte. Metió otro dedo más.

-Vas a correrte. Me decía mientras me follaba con los dedos. -Sí, le dije. No dejes de hacer lo que haces, le dije como pude, porque mis jadeos apenas me dejaban ya hablar con claridad.

-Córrete para mí. Vamos. Decía mientras sus dedos se perdían en mi vagina. Empecé a correrme con sus dedos entrando y saliendo. Dirigí mi mano sobre la suya y la apreté para que ya no los sacara. Me corrí mientras sentía sus dedos tocándome por dentro. Mi grito ahogado así se lo hizo saber. Me agarré con fuerza a él. Temía caerme.

Retiré mi mano y el sacó la suya rápidamente. Esa sensación al sacar sus dedos me inundó de nuevo de un suave placer. El muy cabrón no se quedó ahí, y con un dedo me apretó el clítoris. Casi reviento de placer. Tuvo que agarrarme fuerte porque ya no me sujetaban las piernas.

Adolfo y la chica nos estaban esperando fuera.

Nos dimos una ducha reparadora y Adolfo y yo nos fuimos al jacuzzi.

-No quiero irme sin que me comas el coño.

-Perfecto. Dijo Adolfo.

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