
Hoy os cuento un encuentro sexual corto, uno de esos polvos rápidos, pero ricos, intensos, que te pillan de sopetón, como se suele decir, aquí te pillo aquí te mato, y en este caso, lo de aquí te pillo literal, porque casi nos pillan. ¿O nos pillaron?
Esta vez, había viajado por negocios. Organizábamos un evento en una ciudad gallega, y yo llegué después que él. No estaba clara mi llegada, por lo que yo me alojé en un hotel diferente al suyo, bueno, más bien hostal, porque fue lo que encontré con las prisas, en pleno verano y que estuviera céntrico.
Después del mogollón, las despedidas y los “gracias por venir” que diría Lina Morgan, nos fuimos a cenar. Encontramos una terraza sencillita, en el centro, con buen ambiente. Ya en la cena, entre buen vino y muchas risas -siempre nos lo hemos pasado genial antes, durante y después de estos saraos, no acabábamos uno y ya estábamos pensando en cómo y cuándo sería el siguiente- no dejaba de mirarme el escote. Se que le gusta. Se lo mucho que le pone, que le pongo. Se también que cuando está conmigo, la tiene dura casi todo el tiempo. Bueno, yo también me pongo a cien, pero no lo digo.
Tras la cena, para que movernos del sitio, si total, ni puñetera idea de a dónde ir después, nos pedimos allí mismo una copa. -Siéntate a mi lado. Me dijo. Así lo hice, bien pegadita a él, lo más que pudimos juntar las sillas; Era eso, o subirme ya encima, directamente…
Saboreábamos el roncito, bueno yo bebía ron, él seguro que algún Whisky de esos que bebe… on the rocks, y entre trago y trago, me rodeó con su brazo: “que tierno pensé, me abraza y todo, ¿querrá que repose tiernamente mi cabeza en su hombro?”. ¡No! ¡Espera! Su mano se abrió paso entre mi escotada camiseta, sus dedos se colaron por mi sujetador, mis pezones se pusieron duros, primero del susto, después de la excitación que lleva lo inesperado, la excitación de pensar se va a dar cuenta hasta el más tonto, y como no, de sentir sus dedos en ellos.
– ¿Qué coño haces?
-Calla y estate quieta. Déjame disfrutar. Dijo.
Como el que no quiere la cosa, toqué para comprobar lo que ya evidenciaba su abultado pantalón: dura. Muy dura.
-Nos vamos a tener que ir. Le dije
Pedimos la cuenta, y fuimos caminando calientes hasta mi hotel. Era un hotel un poco raro, porque a partir de cierta hora no había recepcionista, sino que introducías un código para abrir la puerta, y listo. La entrada a recepción era pequeña. Pocos pasos para llegar al ascensor. Apenas había luz. Frente a la recepción, recuerdo unas sillas o unas butacas. En ese momento vacías. Claro. La recepción estaba cerrada. Pero solo nos había faltado tener público.
Pasaste conmigo, lógicamente. Pensé que subirías a mi habitación, pero no. Me enganchaste allí mismo. Empezamos a besarnos apasionadamente, y a meternos mano. Sus dedos se abrieron paso entre mis bragas, y yo empecé a buscar su polla. Qué me gusta a mi una polla, oye! Madre mía como estaba. Allí mismo me puse en cuclillas sobre los tacones y empecé a comérsela. Con sus manos me recogió el pelo en una coleta y empezó a dirigir mis movimientos. Cómo le gusta que me la meta hasta la garganta y más allá. Y a mi hacerlo, para que lo voy a negar.
De primeras pensé “un par de lametones y para la habitación, que como entre alguien, lo flipa, bueno, lo flipamos todos”, pero una piensa y piensa, pero cuando está disfrutando, pues eso, que le sumas la excitación de que te pillen y te vienes arriba. Y ahí seguía, en cuclillas, comiéndole la polla, atragantándome con ella mientras él gemía, y yo, como no, mojando mis bragas. Me separé para respirar y me levanté, con la intención de subir a la habitación, pero a él el morbo le pudo más que a mi y con fuerza me cogió y me puso contra la pared. Él detrás de mí.
-Ni se te ocurra. Le dije. Aquí no.
-Calla, dijo mientras me colocaba para facilitarse la penetración.
-Me subió la falda, me bajó las bragas y no se entretuvo en prepárame con los dedos o con la lengua; Me la metió. Una buena embestida, fuerte, para que supiera que estaba ahí. A pesar de mi excitación, la noté fuerte, dura, como si me rompiera un poco por dentro. Grité de placer. Me apretó con fuerza, para que sintiera su polla dentro de mí bien dura, como a mi me gusta. Empezó a follarme. Su polla entraba y salía de mi coño con fuerza. Ese entrar y salir de mi coño con fuerza generaba un maravillo sonido sexual que se perdía entre nuestros fuertes gemidos. Era tal la excitación y el acojone de que entrara alguien, o de que nos echaran del hotel -porque yo cuando follo, follo y por lo tanto gimo alto y fuerte, y grito- que nos corrimos enseguida.
Salió de mí y de milagro le dio tiempo a guardarse la polla, porque se oyó ruido en la puerta de la calle. Un grupito de jovencitos llegaba. Quisimos hacer el paripé del abrazo y el beso de despedida, pero yo todavía tenía las bragas en los tobillos. Pillada total. Risitas al canto. Desaparecieron por la escalera.
Nos depedimos con un buen beso y ni me subí las bragas. Me las quité y las guardé en el bolso; Mientras subía en el ascensor, podía sentir la humedad en mis muslos, y como mi coño, aún caliente, palpitaba.
Mientras pagaba la cuenta del hotel, en el mismo sitio donde horas antes me había comido una polla y me habían follado, vi las cámaras.